Aquí os dejamos el vídeo que fue subido en la web del programa pero reducido por nosotras solamente a la parte donde sale Adrián, ya que hubo más invitados:
¡Gracias a Adrián por nombrarnos en el programa! :))
“Quiero llegar a ser actor algún día”
Se considera novato en este oficio y tiene el aprendizaje como prioridad. Su corta trayectoria esconde anécdotas memorables
HÉCTOR MARTÍN RODRIGO
Estaba predestinado a triunfar ante la cámara. Y es que este gurriato (así llaman a los naturales de San Lorenzo de El Escorial) de 25 años creció en el videoclub que regentaba su madre y trabajó como vendedor de películas en un centro comercial. Pero fue una lesión lo que finalmente le animó a probar suerte como artista. “De niño empecé a darle patadas al balón y llegué a entrenar a varios equipos de fútbol sala”, recuerda, “hasta que me operaron de una rodilla y vi que eso ya no era para mí”.
Tiempo atrás había descubierto Un franco, 14 pesetas en televisión y la alquiló luego para verla entera, sin imaginar entonces que la madre del joven protagonista de esa cinta coincidiría con su propia madre por motivos laborales y le facilitaría el teléfono de una agencia. Así comenzó una aventura que, cosas del destino, le ha conducido precisamente a la segunda entrega que retrata la vida del actor y director Carlos Iglesias en la Suiza de los años sesenta y setenta: 2 francos, 40 pesetas.
Ese ha sido el arranque de su periplo cinematográfico, continuado después con Los amigos raros, un #littlesecretfilm de Roberto Pérez Toledo rodado sin apenas presupuesto en solo 13 horas. A las órdenes del canario también ha hecho el cortometraje Paja mental, que figura en su currículum junto a otras piezas breves como Fumando espero o Almohada. No obstante, su popularidad se la debe al Cristóbal de la serie histórica Toledo, un entrañable próximo a la corte de Alfonso X El Sabio.
− “La televisión da de comer y el cine alimenta el alma”, ha publicado recientemente en su perfil de Facebook…
− La televisión es lo que realmente da dinero, hoy es muchísimo más difícil vivir del cine. Si pudiera, solo haría películas, pero no soy de esos que pueden elegir entre los cuatro guiones que tienen en la mesa. El trabajo en el celuloide es más lento en cuanto a la preparación y, por tanto, más intenso a la hora de encarnar el personaje. Lo das todo durante los dos meses de rodaje y luego vas a por otra cosa nueva, mientras que la televisión es constante y siempre está presente la presión de la audiencia. Ahora bien, viene muy bien para adquirir experiencia, más aún cuando no has ido a una escuela de interpretación.
− ¿Cuánta relevancia tiene la formación para un intérprete?
− Si no fuese algo importante, no existirían tantísimas escuelas. Aportan conocimientos útiles, claro, y también otros muchos que no lo son. ¡No es necesario saberse todos los títulos de Shakespeare para ser actor! Además, la mayoría de ellas están orientadas solo al teatro, con la consiguiente desorientación de los alumnos en un rodaje. Al final lo que más cuenta es la eficacia de cada cual. Eso sí, entiendo la indignación de quienes llevan toda la vida preparándose cuando se les adelantan unos jovencitos que apenas tienen idea del oficio, encumbrados sobre todo por su belleza.
− El primer corto donde actuó, ‘Fumando espero’, se tituló así en alusión a Sara Montiel. Ella es uno de los mitos que pueblan el universo del joven Eduardo Casanova. ¿Cuáles son sus referentes?
− Al Pacino. Es un hombre muy preparado y también tiene mucha calle. Me gustan sobre todo sus inicios, cuando hacía historias de ladrones, policías, mafiosos, espías… Sus papeles enScarface, El Padrino o Tarde de perros son sencillamente impresionantes. ¡Las veo una y otra vez!
− Esa pieza plasmaba sin pudor los coitos de una madre con su hijo. ¿Temió posibles críticas por encabezar esa historia de incesto?
− Cuando me ofrecen un proyecto no pienso en qué dirá la gente sobre él. Sí me importan, en cambio, las opiniones respecto a mi labor. En la agencia me recomendaron ese cortometraje y no me lo pensé dos veces. ¡Por entonces iba como pollo sin cabeza! [Risas].
− ¿Cuál es la mayor dificultad que ha encontrado en lo profesional?
− Lo que más me cuesta es la comedia, estoy más cómodo en el drama. Me parece complicadísimo hacer reír, creo que hay que nacer con ese don. Quizás yo no nací con él, o no lo he encontrado todavía, o no me han dado un papel donde pueda mostrarlo…
− Ha asegurado que el peor momento de su carrera fue el día que empezó en ‘Toledo’. ¿Por qué?
− Era el trabajo más importante al que me enfrentaba y se me dio tan mal que pensé: “Esto no es para mí”. Me tocó grabar durante toda la jornada, tenía un monólogo extenso… Soy muy exigente conmigo mismo, quiero hacerlo todo bien, y ese día me daba cuenta de que las cosas no salían como esperaba. Cada vez fui a mejor, hasta el punto de desear que hubiera una segunda temporada para explayarme, pues justo en ese momento estaba plenamente suelto.
− “El que ríe en rodaje, llora en montaje”, le decía a veces Juan Diego por los platós. ¿Se llevó algún disgusto al verse luego en pantalla?
− Venía muy bien que los más jóvenes tuviéramos buen rollo, aunque a veces se notaba en pantalla que el curro no había salido como debía a causa de tanta risa. Eso sí, las grabaciones eran serias, no un despiporre continuo. Yo me tomé Toledo como una escuela, sería mejor que mi actuación no se hubiera visto [Risas].
− Si volviera a nacer, ¿elegiría el agitado siglo XIII para vivir o fue demasiado duro?
− Aquella época molaría si fuese noble, pero pasaría totalmente de vivirla como plebeyo. Mi Cristóbal cargaba la leña, servía a todo el mundo… ¡Prefiero estos tiempos!
− Recientemente ha fallecido Álex Angulo, su compañero en esa ficción. ¿Qué recuerdo guarda de él?
− Buenísimo. Era tan simpático, tan normal, tan atento siempre… Y para mí era el artista más grande de cuantos había en el reparto. Hablábamos a menudo sobre cosas de la profesión porque yo le pedía consejo, quería absorber el conocimiento de los veteranos. ¡Fue un profesor espectacular! Le veía como mi tío mayor, le cogí mucho cariño. Me da coraje que se vayan los buenos y se queden los gilipollas.
− Es jugador habitual de partidos benéficos. ¿Tienen los intérpretes el deber de utilizar su repercusión para dar voz a múltiples causas y conseguir que la sociedad se implique?
− Yo solo colaboro con cosas que me mueven por dentro, y lo hago como ciudadano, no por haber tenido un personaje popular en televisión. No obro de una determinada manera por el simple hecho de dedicarme a esto. Sigo siendo el chaval de San Lorenzo de El Escorial que vive con su familia y sale con sus amigos.
− ¿Hay algo con lo que esté especialmente sensibilizado?
− Con la lucha contra diversas enfermedades. Si practicando mi deporte favorito ayudo a encontrar una cura o a mejorar un tratamiento, ¿por qué no voy a hacerlo? Y también me motiva la iniciativa Más que Fútbol, que me ha llevado a varias cárceles para jugar con presos. Están cansados de ver siempre a las mismas personas, así que se entretienen un rato en compañía de gente nueva.
− Sus fans le acompañan en muchos de esos encuentros. ¿Es fácil mantener los pies en el suelo al saber que levanta pasiones?
− No me vengo arriba. De los cuatro o cinco clubes de fans que tuve mientras actuaba enToledo, hoy solo sobreviven uno o dos. Y que sigan funcionando tanto tiempo después de terminar la serie significa que algo hago bien. Lo mínimo por mi parte es corresponder esa atención: jamás he puesto mala cara a quien se ha acercado para saludarme o pedirme una foto. Al fin y al cabo, curramos gracias a nuestros seguidores, pero mejor pasar desapercibido por la calle. “El actor debe ser el observador, no el observado”, dice Óscar Jaenada.
− Quizá vivió de cerca el declive de los videoclubes, causado sobre todo por las descargas ilegales de cintas. ¿Qué opina acerca de la piratería?
Nosotros dejamos el negocio antes de que llegara la muerte absoluta del sector. Hoy, cada vez que encuentro un videoclub abierto, pienso: “¿Qué tendrán montado ahí? ¡No me creo que vivan del alquiler de películas!”. Muchos se quejan de que una entrada de cine es cara y, sin embargo, después salen el fin de semana para beberse copas de 12 euros. ¿Qué es caro entonces? Esa es la actitud que subyace bajo la piratería, una lacra que desprestigia la labor y amenaza el sustento de un montón gente. Los gobernantes deberían darle más caña legal al tema y, de paso, lanzar campañas de concienciación para atajar tan mala costumbre.
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